Ese día en la oficina partieron la tradicional Rosca de Reyes, afortunadamente no participé, y no me tocó el muñequito, porque hoy los hicieron pagar los tamales para todo el piso. Honestamente me cae gordo salir en las fotos de las fiestas-que-no-son-fiestas, así que aproveché que mi jefe me dejó tarea para saltarme el evento. De cualquier forma me trajeron mi tamal y dos vasos de atole por aquello de la enchilada (y no salí en las fotos de la sinamigos, que a ésta hora ya han de estar en su caralibro, yesssss).
En casa, el drama empezó desde ayer, que la Princesa anduvo paseando desde hace una semana su Niño Dios en la mochila de la escuela, un monito de plástico medio feillo pero al que le tenía mucho afecto, total que no apareció por ningún lado, así que le buscamos otro de entre los 25 que tenemos en casa, lo adoptó como propio y la abuelita le tejió el ropón para el bautizo de hoy. Acto seguido salieron a comprarle el moisés del tamaño adecuado y listo, ya esta en el lugar de honor: junto al cambiador de la tele, para que todos admiren su belleza todo el tiempo. No se le pudo ocurrir mejor sitio para el altar. De llevarlo a misa, pues no, la verdad es que creo que la saturé con misas desde su nacimiento hasta que me jubilé del coro, y es cosa que ya no nos entusiasma, y menos después de los escandalitos de pedófilos y olerle la axila a los pasionistas españoles (ah jijo cómo apestan los pobres!).
Lo que no se perdona es la merienda de tamal -más tamal- en casa de Popa, donde no falta la payasa de la suegra de mi mamá que nos hace tangos por la pagada de los tamales, pero en fin... ha de estar sufriendo algo que hizo en su juventud, porque aventarse tanto tango diario por nada no ha de ser cosa fácil.
Besos a quienes comen tamales y beben atoles sin remordimiento de lonja.
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