En el día de San Ignacio de Loyola...
Pareciera que entre más cortito nos dejan el
Evangelio, más intrincado…
A todos nos pasa… bueno, no sé si a todos porque TAL
VEZ no a todos, pero digamos que a la gran mayoría, nos pasa que vamos por la
vida, pues, normal, con días buenos, con días malos, con días que tienen buenos
ratos y malos ratos, nos vamos formando hábitos, costumbres que a veces son
buenas, otras no tan buenas costumbres, y vamos solo así, avanzando, gastando
nuestra vida en día con día.
Así andaba Iñigo, San Ignacio de Loyola, para
llamarlo completo, si hubiera sido mexicano le llamaríamos Nachito, porque él
no era más hombre que tú o que yo, su humanidad no estaba un escalón arriba.
Fue soldado, y le encantaba ser soldado, se metía en problemas por lioso, les
encargo que le den una leidita a su biografía porque está larga, pero luego, un
día, Nacho sufrió una herida muy grave, que lo dejó en cama mucho tiempo, así
que ahí en cama, se dedicó a leer, pero lo que había para leer en el lugar
donde se recuperaba eran no libros sobre el ejército, sino libros sobre la vida
de santos y santas, y libros que los mismos santos habían escrito, y se dio cuenta
que eran personas sin tormentos, en general los santos son personas felices, y
pensó que él quería eso en su vida, quería ser feliz, igualito que tú y que
yo!!
Así que se decidió a dejar la vida mundana y
dedicarse a la vida religiosa, y empezó a escribir, primero sobre los libros
que iba leyendo, sobre la vida de otros santos, cosas que le parecía que podía
adaptar en su vida, escribía sobre Jesús y sobre María. Y le pasaron un montón
de cosas más en su afán de seguir a Jesús como su única meta de vida, y se
encontró que así él era feliz. No te voy a contar todo lo de Nacho porque no
tenemos tanto tiempo ahora, pero te voy a contar que entre las cosas que
escribió, creó unos ejercicios espirituales, que apenas estoy conociendo yo de
manera personal, pero que han funcionado desde los 1500 y cachitos, y han hecho
felices a muchísimas personas además de a él.
Loyola encontró la perla de la que nos habla hoy el
Evangelio, encontró la forma de acompañar su vida con Cristo. No estoy diciendo
que para encontrar ese gran tesoro tengas que ser monje o monja o sacerdote,
mucho ojo!! Estoy diciendo, que tal vez, si miramos la forma en la que Iñigo
encontró la felicidad, nosotros también podamos encontrarla, estoy diciendo,
proponiendo, que lo intentes.
Y aquí vienen el bonito momento de dejarte la tarea:
Al ratito que termine la celebración de la Liturgia,
tomas tu celu, y googleas “Frases de San Ignacio de Loyola”, hay un montononal!!
Elige una, una que te guste, y la anotas. Si tienes un cuaderno como un diario,
la anotas ahí, si tienes tu libreta donde llevas apuntes de evangelización, la
anotas ahí, puede ser en un margen, es más, puede ser en un pedacito de papel y
la pegas con un diurex en el refri, o en la puerta de la casa para que la veas antes
de salir. Y la piensas un rato, unos días, y luego la cambias por otra, y así
te vas llenando de, diría mi bisabuelita, de chispitas de amor y de sabiduría.
Y un día, tu escribes TU frase, esas palabras que sean tu tesoro, y que te
lleven a la felicidad.
Porque la felicidad para nosotros los católicos, no
debe estar en la sufridera, si no en sentir y compartir el amor de Dios en
nosotros, y a través de nosotros. Ese es el tesoro que debemos encontrar y
conservar en nuestro terreno.
Dios nos permita cumplir la tarea de hoy.
Besos a quienes buscan y procuran su tesoro.
Nada para el resto
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