Qué bonito Evangelio!! Bueno, todos son bonitos, pero este…!!!!
Éste Evangelio nos deja una tarea muy actual!!
¿Alguien sabe cómo se le dice a Santo Tomás?
Le llamamos “El incrédulo”.
¿Por qué? Porque no creyó, hasta tocar, hasta ver con sus propios ojos,
hasta meter el dedo en el agujero de los clavos, hasta meter la mano en el
costado de Cristo, hasta entonces creyó.
Y fue todo lo que hizo Tomás? Luego de tocar a Cristo, que debió haber
sido una experiencia fantástica, Tomás dijo unas palabras que hasta hoy
repetimos cuando sucede la consagración en la Misa “Señor mío y Dios mío”,
reconociendo al Señor ahí frente a él, frente a Tomás, y nosotros las decimos
cuando el sacerdote alza la ostia y la copa de vino para lo mismo, para
reconocer su presencia ahí en el pan y en el vino, pero sobre todo aquí, entre
nosotros!
Tomás, además de ser el autor de esas palabras, que a mí me parecen de
amor absoluto, luego de que Jesús partiera, Tomás se fue a predicar a la India,
y no hay escritos al respecto, no hay un Evangelio según Tomás, no sabemos precisamente
qué dijo, o cómo lo dijo, o a quiénes lo dijo, pero es conocido hasta el sur de
la India, que no es poco terreno, y es venerado tanto en la iglesia católica
como en la iglesia ortodoxa, tan conocido, que se le considera el Santo Patrono
de la India, así que no debió haber hecho poca cosa.
Y aun así, le llamamos “El incrédulo”, ¿en serio?
Por lo que hizo durante unos 8 días de su vida le ponemos un apodo que
se le ha quedado por siglos, literalmente por siglos, qué mala onda somos no? Como
si dudar fuera su mayor logro.
Y como el Evangelio es HOY, te pregunto, cuál es el apodo por el que te
llaman? A ti, que has hecho veinte mil cosas, que has estado en 30 mil
situaciones, que has superado 80 mil problemas, y que te siguen llamando “el pelón”
porque naciste sin cabello. Seguro ya te salió cabello luego de eso, y si ya
tienes mi edad seguro ya se te está cayendo, pero sigues siendo “el pelón”.
Y peor aún… ¿Cuál apodo le has acomodado a quien tienes cerca? Uy yo me
sé una infinidad de apodos… La chata, La pecas, El gordo, El patas, El mafer, El
pichis, El casidoc, La malgenio… uuuhhh y puedo seguir por horas…
Tú sabes si ese apodo pudiera, lejanamente, definir sus personas? Si la
malgenio estuvo enojada 5 minutos y el resto de su vida es un pan de Dios, ¡pero
ya le dejaste la etiqueta!
Y como esa etiqueta, miles, no solo como un apodo en vez de su nombre,
pero también como una etiqueta de vida, “el tonto”, “el pobre”, “la loca”… y
casi nunca nos detenemos a retirar las etiquetas que nosotros mismos le colocamos a las
personas en otros momentos, y por no hacerlo nos perdemos, nos alejamos, y es
cuando nuestra comunidad queda con heridas sin sanar.
Así como hacía Jesús, hagamos una nueva parábola al respecto, imaginemos,
que en un día de enero andabas de malas, se te ponchó una llanta en la mañana,
llegaste tarde al trabajo por lo de la llanta, tu jefe te descontó el día, de
todas formas te quedaste a trabajar porque tenías que sacar los pendientes y regresaste
de malitas… y el de la tiendita de la esquina de tu casa te ve la carota que
traes, y desde ese día de enero te llama “el jetón” o “la jetona”. No importa
que desde ese día la sonrisa no se te borre, desde ese día ya se te quedó “la
jetona”, y quien no te conoce, pero escucha tu apodo, supone que tienes un
carácter rasposo, cuando no es cierto. Ahora imagina, que tú eres el de la
tiendita, que va poniendo etiquetas a todo el mundo, sin importar lo que ha
hecho el resto de su vida.
Tomás no creyó durante 8 días, como si tú o yo jamás hubiéramos dudado,
o como si nuestra fe no tambaleara de vez en cuando ¡a todos nos pasa! Ah pero “el
incrédulo” solo es Tomás…
Guapuras, el Evangelio de hoy nos recuerda, que todos fallamos, pero
que no merecemos ser etiquetados, y que nuestras fallas no nos definen.
Recuerden que Dios nos llama por nuestro nombre, y es el diablo quien
nos llama por nuestro pecado.
Miremos a todos como Dios nos mira a cada uno.
Besos a quienes llaman a todos por su nombre.
Nada para el resto.
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