martes, 3 de junio de 2025

Del santo Evangelio según san Juan 17, 1-11a

¡Felices Pascuas!

Ya estamos llegando al final del tiempo pascual, casi a las puertas de Pentecostés.

Este Evangelio se conoce como la Oración Sacerdotal. Es el momento que culmina el círculo de Pasión, Muerte, Resurrección y ahora Ascensión. Con esta oración, Jesús se ofrece a Dios como sacrificio, se convierte en altar y se presenta como sacerdote. Esta es la hora de su glorificación. Con esta súplica al Padre, Jesús concluye su paso por aquí, entre nosotros.

No se trata de una parábola, ni de una enseñanza, ni de una nueva tarea. ¿Se han dado cuenta de que el Evangelio suele dejarnos siempre una misión por hacer? Pero el de hoy no nos deja tarea de hacer, sino de ser. Ser testigos de esta oración. Ser testigos de lo que Jesús le dice a su Padre. Y, con ello, ser testigos del amor de Dios con nosotros y en nosotros.

Y sí, podemos simplemente —como cuando vamos al cine— sentarnos a observar y pensar: “¡Qué bonito! ¡Qué tierno! ¡Qué dulce!”. Descubrir que soy profundamente amado por Jesús; que, con Él, soy profundamente amado por el Padre; y que, con ambos, soy profundamente amado por el Espíritu. Y eso está bien. Está muy bien. Dar un paso atrás y dejarme amar. Sentirme profundamente amado, sin las heridas del amor humano, sin las imperfecciones del amor que nos damos entre nosotros. Dios me ama con un amor completo, perfecto, inagotable. Y eso se siente bien. Se siente muy bien.

Pero también podríamos, si nos atrevemos a asumir la herencia del Padre, hacer una revisión interior:
¿Qué ha hecho en mí ese amor?

¿Me ha vuelto una persona altanera, por tener en mí ese amor perfecto que Dios me da?
¿O me ha hecho humilde, capaz de compartir —aunque sea un poquito— ese reflejo de su amor con alguien más?

¿Me ha vuelto envidioso, por experimentar esa inmensidad de amor que Dios derrama en mí?
¿O me ha hecho mirar con compasión a quienes viven con menos, para compartir de lo que Dios me ha dado en abundancia?

¿Me ha hecho templado, gracias a esa paciencia eterna que Dios tiene conmigo?
¿O soy capaz de esperar los procesos de los demás, de respetar que no actúen, piensen o reaccionen como yo lo haría?

¿De verdad puedo REFLEJAR a Dios en mí?

¿O necesito volver a leer este pasaje del Evangelio hasta creer, de verdad, que lo tengo todo en Dios?

Hoy no hay tarea que yo te deje. La decisión es tuya:
¿Vas bien, o repetimos lecciones?

Que Dios nos ayude con eso.











Besos a quienes van enendiendo hasta aquí...
Nada para el resto.

No hay comentarios:

Del santo Evangelio según san Lucas 4, 31-37

  Hoy toca hermanos y hermanas, un evangelio bien rudo!! Antes de entrarle de lleno, quisiera que hablarles un poquito de la empatía. No...