Este texto del Evangelio es muy socorrido en pláticas de retiros, cursos de Biblia, clases de catequesis… y aquí mismo, en Pastoral Creativa, somos expertos en la Lectio Divina. Este pasaje lo hemos pensado, platicado y estudiado muchas veces.
¿Y saben por qué lo seguimos estudiando?
Porque seguimos teniendo problemas. Porque seguimos necesitando el recordatorio de que tenemos a Jesús a la mano.
Seguro que sí.
Pero ¿se han imaginado ese momento?
Acaba de terminar la comida de una multitud, en la que Jesús multiplicó los panes y los peces. La gente en general —pero sobre todo los apóstoles— comenzaban a darse cuenta del poder real de Jesús.
Y lo gozaban.
Lo gozaban comiendo con Él, lo gozaban siendo sanados, consolados, liberados de sus pesares.
Y eso no es algo ajeno a nosotros: desde chicos hasta viejitos, todos pasamos por dolores, angustias y cosas que simplemente no nos gustan.
Vamos a dividir el Evangelio en tres partes, como hemos hecho en semanas pasadas:
Este texto nos muestra tres ejemplos de lo que hacemos (y podemos hacer) cuando la vida sucede.
1. Jesús sube al monte a orar
Después de despedir a la multitud, Jesús se va a orar al monte.
Nos da el ejemplo de lo que debemos hacer: orar, dar gracias por lo bueno, disfrutar cuando las cosas lindas suceden.
Eso se nos olvida con mucha facilidad.
Porque cuando la vida nos sonríe, nos ponemos contentísimos, queremos seguir en la fiesta... y se nos olvida orar también en esos momentos.
2. Los apóstoles reman en medio de la tormenta
Mientras Jesús ora con el Padre, los apóstoles se quedan remando, peleando con las tormentas que los azotan.
Eso hacemos la mayoría: seguimos con la vida como viene.
Y muchas veces se nos olvida detenernos, medir nuestras fuerzas, discernir si conviene remar con todo o esperar a que pase la tormenta.
Nos metemos en problemas que parecieran gratuitos… todo por desesperados.
3. Pedro camina —y se hunde— sobre el agua
Pedro hace lo que muchos seguimos haciendo hoy: reta a Jesús.
“Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua.”
Y Jesús le dice: “Órale, va. Ven.”
Y así también actuamos nosotros:
Cuando algo nos duele mucho, en lugar de orar y hacer silencio interior, empezamos con el:
“¿Por qué yo?”
“¿Por qué a mí?”
“¿Y ahora qué sigue, Señor, si no veo la mía?”
¿Por qué lo retamos?
Si estuviéramos seguros de su amor, ¿por qué necesitamos ponerlo a prueba?
Y si Él nos dice: “Órale, camina sobre el agua”… ¿qué pasa?
Lo mismo que a Pedro: caemos en la trampa de la poca fe.
Pedimos sin estar listos para recibir. Proponemos sin querer comprometernos.
Estoy segura de que hoy tienes un problema. Porque todos tenemos siempre un problema.
Lo que pasa es que cuando es nuestro, parece el más grande del mundo y sentimos que nos ahogamos sin ver salida.
(Y no estoy diciendo nombres, ¿eh? 😉 Todos hemos sentido eso.)
¿Será hoy un buen día para apartarnos un momento, orar y pedirle a Dios que nos saque del hoyo en el que estamos?
¿Y como en la homilía del domingo antepasado, pedir y pedir y pedir… hasta que Dios nos escuche y nos dé lo que necesitamos?
Yo creo que sí.
Hoy es un excelente día para orar.
Nada para el resto
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