viernes, 22 de noviembre de 2024

Del santo Evangelio según san Lucas 19, 45-48

Hoy, hermosa comunidad, qué les parece si empezamos por poner la mirada en la primera lectura? Generalmente éste es el momento en que hablamos del Evangelio, pero demos un pasito atrás…

Es una lectura del Apocalipsis, que es un libro que nos cuenta de cómo va a ser el final de los tiempos. Y éstas palabras que leemos hoy no son tan terribles. Hablan de un librito, y qué tienen los libros? Letras, palabras, historias. El ángel que habla sobre el libro, le dice a Juan, que ese librito sabe muy bien en la boca, pero que en la panza duele. Y Juan lo intenta, y lo confirma.

 No les parece que ese librito pudiera ser el evangelio? El evangelio tiene muchísimas palabras bonitas, muchísimas historias que cuando se cuentan, suenan a amor, a buenas acciones, a amistades profundas, a comunidades sanas. Las leemos de diario, y sí, todo suena precioso!! Pero cuando va avanzando en la digestión, cuando va pasando de la boca, es decir, de lo que decimos, a las tripas, o sea, a lo que hacemos, ya no resulta tan sencillo. Esas palabras de amor a todos, cuando llegan a la acción, se tornan complicadas; esas palabras de buenas acciones, cuando llegan a la caridad, se tornan dudosas; esas palabras de amistad profunda, cuando llegan a la convivencia, se convierten en desesperantes; esas palabras de comunidades sanas, se convierten en verdaderas pesadillas. Por qué? Si el librito está bien bonito!! Pues porque está bien difícil la vida! Porque vamos creciendo pensando que lo que nosotros somos es lo que deberían ser todos, vamos creyéndole a mamá cuando nos dice que nosotros somos lo más bonito del mundo y difícilmente somos autocríticos, difícilmente nos ajustamos a las libertades de todos los demás, casi imposible nos resulta amar a todos sin reserva. Esa es la dura verdad de nosotros los hijos de Dios y hermanos de Cristo.

Y pasamos al Evangelio, donde Jesús, más bien enojadillo, corre a medio mundo diciendo: “ustedes han convertido mi casa en cueva de ladrones”.

Qué duro, pero qué cierto.

Fíjense que acá en mi parroquia hicimos una misión en nuestra propia colonia, visitamos casa por casa, hicimos grupitos de misioneros, a cada grupito nos asignaron unas cuantas manzanas, unos no nos abrieron, otros sí, y de los que sí nos abrieron, nos abrieron más los ojos que las puertas. Porque cuando estas en la iglesia, cuando vienes a misa, cuando cantas en el coro, cuando eres catequista o ministro de la eucaristía, vas cerrando tu mirada a solo eso, solo lo que ves a la mano. Es hasta que preguntas con humildad cómo nos ven desde afuera, cómo ven nuestros esfuerzos, nuestras intenciones, y te detienes a ESCUCHAR de verdad, que nos dicen que no somos tan buenos, que hay muchas personas que han sido expulsadas, heridas, lastimadas y hasta humilladas por alguien que esta dentro de la iglesia, desde un sacerdote hasta el que barre el atrio, por cualquiera ahí dentro.

 oy toca la difícil tarea de revisar que las palabras de amor que leemos, se vean reflejadas en las acciones y actitudes que tenemos. Es un ejercicio súper difícil. Súper, mega, archi, requete, recontra, duro.

Estamos a nada del final, y a nada de volver a empezar nuestro año litúrgico. Toca revisar con honestidad lo que hemos hecho, toca aceptar en qué hemos fallado, toca pedir perdón no solo a Dios, también a mis hermanos heridos, para que en unos días podamos empezar el adviento con nuevo brío y muchas ganas.

 

Pidamos POR FAVOR a Dios que nos ayude con ese cambio que necesitamos todos, y AGRADEZCAMOS cuando lo logremos.









Besos a quienes pidan perdón Y SE CORRIJAN.
Nada para el resto.

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